TCA

Empezó casi sin que me diera cuenta. Yo lo provoqué, lo (des)alimenté, lo llevé al extremo… sin verlo, sin ser consciente, sin darme cuenta.

Empezó hace años. Ese día, estaba en el pueblo y tras una comida muy copiosa fui al baño. Allí había una báscula y me pesé. Ver el número 64 no me gustó nada. Empecé a llorar, necesitaba cambiar.

Siguieron dos años de restricciones. Solamente ahora se que lo fueron. En un año, perdí 12 kilos y me quedé en 52kg. Me veía delgada, la gente también me lo reconocía, entraba en tallas antes impensables para mi, sentía que mi cuerpo era ligero… era fenomenal, o eso creía yo.

Dejé de comer en platos normales, toda mi comida debía servirse en platos de postre. Bebía un vaso de agua antes de comer para llenar mi estomago y tener menos hambre. Fuera fritos, fuera grasas, pocos hidratos y nada de azucares. Todo eran calorías y porcentajes. Alimentos y bebidas prohibidas. Ejercicio en ayunas y por la tarde. Nada de helados en verano, nada de pastel en los cumpleaños. Nada de bravas con las amigas, nada de tragos con los amigos. Pan integral, zanahorias como snack, yogures desnatados y fruta, aunque solamente dos piezas porque contiene fructosa.

Salir a cenar fuera empezó a ser molesto. «Hamburguesa con queso, fajitas de pollo, pizza cuatro quesos, risotto…» Para mi una ensalada, por favor. Al final, empecé a unirme después de las cenas porque prefería comer mi comida, la que había preparando controlando hasta el último detalle. Pero sin darme cuenta, sin darme cuenta de lo dañino de todo esto.

Al llegar a Praga todo cambió. Nadie de los míos me veía, prové comidas nuevas, bebí cerveza y, poco a poco, fui comiendo todas esas cosas que durante años me había estado prohibiendo. Chocolate, dulces, comida checa en ocasiones, alcohol y poco deporte. Diferentes razones me hicieron caer en un estado de depresión y ansiedad constante que intentaba calmar con comida. La comida se convirtió en mi droga, en mi perdición. Comía sin poder parar y después lloraba mirándome al espejo y odiando cada centímetro de mi cuerpo. Me odiaba a mi por hacerme eso, me rechazaba y quería que los demás lo hicieran. En mi estado de tristeza y desesperación no podía quererme y que no merecía que nadie lo hiciera. Eso pensaba, que no merecía el amor de nadie.

 

 

 

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